Cuando niño recuerdo que los días eran eternos, solía ser capaz de crear mundos enteros cada día, y el tiempo alcanzaba para el colegio, los amigos, la familia y cientos de cosas más.
Hoy, no puedo evitar sentir que los días pasan más rápido, que aquello que parece haber ocurrido sólo hace unos meses sucedió hace un par de años. Es como si la vida fuera un tren a alta velocidad y sólo estuviéramos mirando por la ventana, incapaces de bajarnos.
Hoy, no puedo evitar sentir que los días pasan más rápido, que aquello que parece haber ocurrido sólo hace unos meses sucedió hace un par de años. Es como si la vida fuera un tren a alta velocidad y sólo estuviéramos mirando por la ventana, incapaces de bajarnos.
Esta sensación de que más que manejar nuestras vidas, somos empujados a una rutina diaria, a sentir como el tiempo se va en viajes en metro, trabajo, familia, obligaciones y que al final del día al ir a dormir parece que nos faltó tanto por hacer.
A veces quisiera ser capaz de congelar el tiempo, de pararme a mirar por mi ventana a la gente y percibir, más que a una multitud, a personas con sentimientos parecidos a los míos, con ilusiones y esperanzas, con problemas y alegrías, gente común. Pero sólo siento el bullicio, los empujones y el ir y venir de miles de seres urbanos.
Nos hace falta deternos, ser concientes de nuestro entorno, apreciar como cada minuto que nos es regalado es único e irrepetible y por tanto debemos saber vivirlo.

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